



¿A cuántos de nosotros no nos llegaba a la mente la figura de una mujer grande y fea con voz estridente, acompañada de una buena siesta y un largo tiempo como la cuaresma, cuando pensábamos en la palabra ÓPERA? Creo que todos pasamos por allí y por todas esas aterradoras imágenes. Afortunadamente los tiempos han cambiado y nuestras aproximaciones al arte también, al grado de no sólo asistir como público a observar y escuchar ópera; sino de participar y ser parte de ella. A los que tenemos formación teatrera de pronto nos es difícil concebir que el canto o la técnica al cantar (o ambas) sean la prioridad antes que el transmitir emociones y sensaciones a través de la actuación.
Pues resulta que las dos cosas son importantes. Darte cuenta que el hecho escénico puede suceder también “naturalmente” cantando y actuando, con un coro enorme detrás y con aquél escenario majestuoso, es maravilloso. La ópera no es necesariamente sinónimo de solemnidad o de formalidad, de origen lo es, pero como todo, el arte ha evolucionado (afortunadamente) y hoy existe de todo gracias a nuevas generaciones de directores (en el mejor de los casos) que se encargan de acercar este género al espectador a través de puestas dinámicas y “ligeras” que hacen de tu experiencia en la ópera algo más agradable y menos acartonado.He de confesar que es difícil, puesto que las historias o anécdotas en la ópera son esencialmente trágicas e intensas, es decir, absolutamente todo lo extremo le pasa a la protagonista en poco tiempo hasta que termina generalmente con la muerte. Todo esto, y pensándolo de una manera burda y divertida (citando a una productora y amiga de ópera, con todo respeto a los del gremio) les sucede porque los personajes caen en los estereotipos de “putas” o “pendejas”.
A diferencia del teatro donde se tiene mucho más tiempo para ensayar, para probar, para equivocarse y finalmente para generar un vínculo mucho más estrecho entre todos los integrantes de la compañía.
Este es otro punto importante, la cantidad de personas en la ópera generalmente superan las 80 arriba del escenario, además de la orquesta. Por lo que organizar y ensamblar a tanta gente es casi una labor titánica.
Los solistas de pronto son como dioses inalcanzables porque se cree que casi ni te debes dirigir a ellos. Esto responde más bien a un prejuicio de formalidad que a una verdadera actitud soberbia. Claro, hay de todos los casos pero sin duda, considero que si él o ella son las estrellas de la pieza, que cantan como cantan, cobran lo que cobran y ya están allí, pues mínimo tenerles una botella de agua ¿no?
Es sorprendente el poder que puede adquirir el solista al momento de que la ópera pasa de ser de toda la compañía a ser del público (así se dice cuando ya hay público en sala), es decir, el cantante puede cambiar trazos o cambiar cosas en el diseño de vestuario si así lo quiere o su inseguridad se lo permite. ¿Cómo puede cambiar el trabajo de tantas personas para satisfacción personal? Y lo peor de todo es que no haya una autoridad que se encargue de frenar ese comportamiento. Esto es verdaderamente cuestionable. Allí es donde nos enfrentamos en el día a día de las funciones a resolver cosas, detalles de producción.
No critico ni aplaudo a Ramón Vargas, actual director de la Compañía Nacional de Ópera, porque además ese no es mi trabajo. Sólo puedo observar que “desde su trinchera” trata de hacer lo mejor posible o lo que esté verdaderamente en sus manos para sacar adelante a la Compañía. Siendo cantante y no funcionario público intenta, repito, hacer lo que puede para intentar desburocratizar la ópera y seguir con la programación de títulos con alta calidad.
En fin, el objetivo no es hablar de la historia de la ópera ni el impacto sociológico que tiene en el mundo del arte contemporáneo. Mi objetivo es tratar de hablar honestamente desde mi trinchera dentro de la ópera. No pretendo más que sólo hablar de mi poca experiencia en ella y de las situaciones “curiosas” y diferentes al proceso creativo de una puesta en escena.Empecemos por el tiempo que se tiene para montar la pieza, es decir, nada. Si se tiene un mes para ello es una gloria. De manera que todo tiene que ser rápido y eficaz teniendo 4, 5 o 6 funciones y ya al siguiente título. De alguna manera entiendo estos tiempos debido a la demanda de programación de diferentes eventos en Bellas Artes,
pero por el otro lado no hay tiempo de hacer trabajos de mesa con los cantantes, de discernir las situaciones por las que atraviesa el personaje o simplemente que el trabajo de los diferentes diseñadores (escenografía, vestuario, iluminación, etc.) se englobe y se dirija a un mismo camino. Cuando el solista está encontrando cosas interesantes a nivel interpretativo, es cuando ya se tiene el primero de dos o tres ensayos con la orquesta y entonces tiene que poner toda su atención en lo técnico, en que su voz se escuche perfecta, que la partitura se reproduzca lo más fielmente posible y que, además, su voz atraviese el sonido de la orquesta. Esto sumado a que los tiempos del coro y orquesta son muy limitados porque pasarse de los establecidos cuesta mucho dinero. Entonces, al final, quedan pocos ensayos de escena, pocos musicales, muy pocos con la orquesta y coro y solo un ensayo pre-general y un general para poder probar todo. De alguna manera esto hace que parezca un tanto “frío” el proceso creativo, por la premura en todo y por lo tanto, el margen de error tiene que ser poco, no hay tiempo de equivocaciones.
Por: Gerardo Samaniego
#BocaEscenaPalOcio
#PorqueDeOperaSeTrata


Por otro lado la gran ventaja dentro de este sistema de la Compañía Nacional de Ópera, es la posibilidad de hacer varios títulos en un año. Esto significa la posibilidad de aprender todo el tiempo, de hacer equipos nuevos cada vez, la posibilidad de que se reinvente el equipo de producción aunque sea un equipo de base, la posibilidad de crecer, conocer y seguir cuestionando. Ventaja es que cada título tenga vida propia presentándose sólo en el Palacio de Bellas Artes o además en el Festival Internacional Cervantino o en diferentes estados de la República Mexicana. Tal es el caso de ATZIMBA, ópera mexicana del compositor duranguense Ricardo Castro que se estrenó en el mismo lugar en coproducción con el Gobierno Estatal y la Compañía Nacional de Ópera, luego se presentó en el Teatro Ocampo de la ciudad de Cuernavaca, Morelos y finalmente llega al Palacio de Bellas Artes los próximos 10 y 13 de Abril. Vale la pena ver este producto netamente mexicano con una gran calidad y complejidad en su música y en su puesta en escena.

Dato curioso también es la importancia que tiene el Coro y la Orquesta sobre el buen (o mal) desarrollo de la ópera. Estos dos sindicatos son prácticamente dueños del recinto, de manera que también se tiene que estar supeditado a los tiempos y accesibilidades de ellos. Por su puesto esto tiene sus ventajas y sus desventajas, dependiendo el cristal con el que se mire. Justo allí es donde entra la burocratización del arte y lo cuestionable que es. Su trabajo es sólo cumplir con horarios específicos para recibir un sueldo fijo o su trabajo es ensayar y perfeccionar su arte para presentar una ópera de calidad. Seguramente ambos, pero allí está la paradoja del Coro y de la Orquesta.
Por supuesto que el trabajo de todos y cada uno de los departamentos cumple su función (o no) cuando se enfrenta al público. Es allí donde existe el parámetro de lo ”bueno” o “malo” de la ópera, que personalmente prefiero hablar en términos de funcionalidad o no funcionalidad. Justo es allí donde el público tiene la última palabra, como en cualquier hecho escénico, al aventar abucheos o flores (literalmente) al escenario. Me encanta que en esa medida, la ópera es como el circo romano en donde: o te comen los leones o te convierten en dios.